La cultura de las "dachas" en Rusia
La cultura de las “dachas” en Rusia - desde los zares a Josef Stalin
Los samovares y el shashlik
"El hombre feliz es aquel que ya siendo rey o campesino encuentra paz en su hogar..."
Goethe
Se podría definir el término “dacha” como una casa rural de tipo vacacional destinada pasar la época estival en la soledad y tranquilidad del campo, rodeado de la Naturaleza. Puede tener desde un tamaño minúsculo con las comodidades básicas hasta ser un palacio digno de un zar. El término “dacha” viene del verbo ruso “dat’” (дать) y significa “dar”.
Su origen data del reinado de Pedro el Grande quien comenzó a regalar parcelas de tierra usando la modalidad europea, para que sus funcionarios no se alejaran demasiado de la capital y de sus obligaciones, dejando el país sumido en el desgobierno.
En el caso de los nobles rusos, la costumbre era pasar de 3 a 5 meses en sus posesiones en el campo a muchas verstás de distancia (un “verstá” es medida métrica actualmente en desuso, equivale a 1.066,8 metros). La mayoría de las veces, estas fincas estaban totalmente aisladas. En el mejor de los casos les tomaba un mes poder llegar a caballo o en carroza. Algo impensable para el funcionamiento del Estado moderno en que Rusia debería convertirse.
En el siglo XIX, las dachas dejaron de ser exclusivas para el club de los ricos e influyentes. La pequeña burguesía y los intelectuales que podían darse esos lujos alquilaba una isbá (casa campestre, cabaña) a un campesino. La condición era que tuviera terraza, balcón en el mejor de los casos o bien una galería para poder pasar de tertulia en tertulia comiendo exquisiteces al calor de un samovar. Una descripción de este curioso y hermoso artefacto sería decir que es de metal de diferentes diseños y tamaños, con el aspecto de una cafetera alta (costumbre heredada de los mongoles) para hacer té y mantenerlo caliente. Tiene una especie de chimenea, un recipiente inferior para colocar el carbón encendido y una espita. Los había desde los más sencillos de hierro o cobre, hasta de oro y plata con monograma incluido.
El gran auge de los escapes al campo comenzó con la llegada del ferrocarril ya que las personas se veían posibilitadas de viajar grandes distancias y rápido. Para ese entonces, las dachas tenían huertas para asegurar una disponibilidad de productos durante el largo y crudo invierno en las ciudades. Según un cronista del siglo XIX en la época del verano se consideraba una cuestión de honor alquilar una dacha para “poder llevar a la familia de vacaciones al campo”. El sol y el aire puro ahuyentaban las enfermedades y la naturaleza alimentaba y sanaba el alma. La literatura rusa de la época del imperio está llena de descripciones magnificas sobre la cultura de las dachas.
Un gran ejemplo fue la villa que mandó a construir Nicolás I para su esposa y sus hijos en el Parque Alexandría en Peterhof. De repente, toda persona que quería ser alguien de nivel deseaba tener su dacha lo más cerca posible de la familia imperial. Para evitar que el lugar se convirtiera en una romería, comprar la tierra, conseguir los permisos para poder construir, presentar los planos, especificar quién sería el arquitecto que llevaría el proyecto adelante y para qué familia se destinaría, era un proceso lento y burocrático. Además, las construcciones solo podían ser autorizadas por el zar en persona.
La mayoría de la sociedad peterburguesa terminaba alquilando -por una cuantiosa suma- una villa para pasar el verano cerca de los zares y grandes duques. Allí la vida en sociedad continuaba como en la capital. Reuniones para tomar el té, leer en voz alta, escuchar a alguien ejecutar un instrumento musical, funciones de teatro, la linterna mágica inventada a finales del siglo XIX, cabalgatas, caminatas, amores de verano, etc., formaban parte del programa estival. Bueno, no nos olvidemos también de los poetas y los amantes de la botánica y la zoología.
En la época de la URSS solo los miembros en cargos altos del partido, los intelectuales y artistas de élite podían tener a disposición una dacha.
Es harto conocido que Stalin tenía alrededor de 18 dachas obviamente producto de la nacionalización de los bienes de la nobleza y la alta burguesía. Tal vez en estas villas tomando sol en la terraza solía actualizar sus largas listas de deportados a los gulags y los condenados a muerte. De hecho, en la dacha de Kuntsevo, su residencia oficial permanente en las afueras de Moscú murió solo, el 5 de marzo de 1953. En esas villas tenía huertos y estanques con truchas para comer siempre comida fresca (odiaba la comida enlatada). Como un noble rural, el “zar rojo” se ocupaba del manejo de las granjas. Estaba al tanto de las últimas novedades en el tema agrícola. Una vez aparecieron en las tiendas de Moscú sandías que provenían de una cosecha de Stalin.
Luego de la caída de la URSS, el amor ruso por las dachas revivió como el ave fénix porque siempre quedaron pequeñas ascuas en el rescoldo del corazón de los rusos junto con muchas otras cosas maravillosas de su cultura y de su forma de ser. Ese sueño de amor tiene como en antaño terraza, galería y una huerta de hortalizas así sea del tamaño de un dedal. Sembradas en primavera con todo la pasión y el cuidado para que se convierta en el orgullo del otoño. Y porque no, acompañando a un buen plato de Shashlik una especie de brochetas de cordero marinado. Como dato curioso y final de este relato, diré que era uno de los platos favoritos de Stalin y que solía cocinarlo personalmente.
"El placer de los banquetes debe medirse no por la abundancia de los manjares sino por la reunión de amigos y su conversación..."
Cicerón
